A Carmen Molina Cantabella, huertanica del amor
Huertanas y huertanos engalanados, ataviados con sus mejores trajes asaltan la ciudad a primeras horas del día, comprendiendo de inmediato que hay una gracia fraterna, regalo de esta tierra, atolondrados aún por la rápida diversidad asumida de cierta compostura. Cuerpos opulentos con ademanes incontrastables recorren la ciudad en busca de excesos, zaragüeles junto a refajos barrocos, abundancia primaveral, los sentidos desmedidos sin remedio, butifarras y morcones que cuelgan de las típicas barracas, copiosidad, excelencias que logran amortiguar los encandilamientos sufridos, imágenes que empiezan a cobrar más fuerza conforme el sol de la mañana calienta, flores en el pelo, claveles blancos, rojos y amarillos, aderezos. Emanaciones que hacen despabilar el olfato, insatisfacciones voluptuosas, miradas cautelosas por las muchas variantes que sorprendentemente se hunden en la convocatoria de mas huertanos y huertanas, jardines y plazas acicaladas que no disimulan el gran interés por abarrotarlas, calles rebosadas, roces de esparteñas, pisotones, labios que trazan ornamentos de círculos abundantes.
De golpe los huertanos y huertanas se sienten perdidos sin remedio, esperas inquietas, exacerbada pasión, cervezas y vinos corriendo por lo alto de mano en mano, alegres respuestas, expresiones ambiguas. Oropeles para mitigar la tensión del esperado desfile por las principales calles de la ciudad. Ubérrimos, hartos, fecundos, excelsos cuerpos que se agolpan más tarde en los bares de copas llenos de soterradas fascinaciones, abundante ginebra con soda, profusión, música ruidosa que cunde, ron con limón, la configuración de conductas perversas, otros labios que esbozan ahora gestos libidinosos, todos evitan dejarse tentar, hermetismo verbal, algunas cervezas, sólo miradas audaces, viajes continuos al cuarto de baño, peligros reconocidos en cada momento, a cada gesto, un endemoniado desasosiego corre por los cuerpos.
Salen los huertanos y huertanas a la calle buscando las primeras sombras de la noche, los portones más oscuros, los parvos zaguanes, cobran aquellos conciencia a cada acto, todo dicho con aparente objetividad, manos transparentes que levantan con habilidad el refajo, la oscuridad que trae a cada momento más fuerza, vasos que suenan en la calle, portales carcomidos, entran al primer zaguán, la inquietud desmedida que se torna ardiente, los cuerpos que se dejan arrullar, fuego entre las piernas, hartura que surge del fondo de la oscuridad, labios precisados que se encuentran, zaragüeles y refajos barrocos que hacen de colchón, amantes opulentos y copiosos tratando de colmarse en juegos que buscan ascender a sacrificio.
Afuera sangra la noche cubierta de esplendor en la ciudad de Murcia.