Son muchos, en las redes sociales, los que afirman que las mujeres ya han alcanzado la igualdad, se entiende en derechos y oportunidades. Pero si uno se centra en su entorno, para no hablar de lo que no conoce, estamos lejos de haber conseguido esa igualdad real. Al momento actual hay que añadirle los vientos de guerra que asolan los medios y las redes y que están empezando, de nuevo, a poner en valor el poder de la fuerza bruta.

En las policías locales son muchas las plantillas en las que no hay mujeres ( ni falta que hace, dirán algunos). También plantillas donde escasean o en las que determinados puestos o determinados turnos les están vetados. Si se habla además de mandos, los números se reducen considerablemente a pesar de que en algunas convocatorias se ha forzado el ascenso de alguna candidata, por aquello de lo políticamente correcto.

El problema es sencillo: los que han de elegir suelen preferir el varón a la mujer, a la que algunos consideran incapaz de desempeñar un trabajo, considerado tradicionalmente como masculino. De hecho si la mujer consigue galones o ministerios será siempre con garantía de tutela. Y poco importa que el superior jerárquico sea más tonto que pichote.

Y ojo con aquellas señoras que tengan ideas propias y no necesiten de escudero. Lo hemos visto en política donde los afectos hacia las féminas metidas en política cambian, de un día para otro, cuando algún trajeado ve peligrar la seguridad de su propio sillón.

En policía es más triste todavía, el modelo de mando que prefiere el político, y da igual que ese político sea mujer, es la imagen rancia del mando autoritario y manipulador, que se rodea de una guardia pretoriana, compuesta por funcionarios condescendientes con su líder y acobardados, y que emplea el método del ojo por ojo y diente por diente. Mientras, en la intimidad, desprecia a sus subordinados y en público, reparte prebendas y los pastorea a su antojo.

¿No les recuerda a Putin? Pues eso.